miércoles, 20 de enero de 2016

Hasta que la muerte nos separe

A veces, cuando conversamos, siento unas ganas enormes de decirte que soy otro, y probar si de tanto no oírme y no verme, te olvidaste de mi voz y de mi rostro, y en medio de la confusión tratar de empezar de nuevo, en una relación que seguramente llegará a este mismo punto, pero que quizá nos refresque con un sorbo de felicidad. Otras veces, hago el ejercicio contrario, y pienso con fuerza que eres otra, que descubro tu voz y tu rostro, y empiezo de nuevo. Nuevamente te oigo y nuevamente te veo, a pesar de que tú sigues sorda y ciega. Otras veces, como hoy, logro comprender que nuestra luz esta atrapada dentro de un bombillo quemado. Y observo como nos llueve los viernes, y cómo a nuestra cama llega el mes que viene después de primavera. Con una sola esperanza: La de que cualquier sábado de estos encontremos (Ojalá que no sea bajo las hojas secas de un sauce de cementerio), esa nueva vida, que no dejaremos atrapar por ningún bombillo cobarde.

                                     Un tal Gabriel

Un texto por Gabriel Campos

© todos los derechos reservados

viernes, 15 de enero de 2016

La lluvia

     No llueve. Es extraño, pero a veces aunque no llueva llega la tristeza. En estos casos llega sin paraguas. No tiene que esperar secarse en la entrada, así que pasa rápidamente. Se sienta y mira a su alrededor como si nunca hubiera venido. Llega sin catarro, hablando con tanta claridad que apenas se le reconoce. Pero no es sólo por su voz que se le nota diferente. Se le ve más alta y radiante. Es como si estando seca aumentara un par de centímetros, o como si durante ese tiempo en el que permaneció lejos, la vida, también a ella, la hubiera tratado de maravilla.
 
     Más tarde, ya terminada su espectacular entrada, tú caes en cuenta. Ahí está ella, sentada junto a ti. Tan grandota que casi te produce miedo. Tan preciosa que casi se te escapa un cumplido. Y de pronto tú, con un coraje que no entiendes, la interrogas con una mirada. Y ella te responde con un gesto la pregunta que le hiciste sin palabras: “Sí, realmente soy yo, pero no te preocupes, sólo pasaba por aquí, hacía mucho calor afuera y se me ocurrió que tal vez podrías ofrecerme algo de tomar”. Y tú te haces el sorprendido, como debe ser, a pesar de que sientes como si en este momento tan absurdo, en el que no llueve, la hubieras estado esperando.

     Entre ella que mira y reconoce y tú que miras y especulas, pasan apenas algunos segundos. Pero pasan tal y como se espera que pasen en estos momentos: como si fueran horas. Luego ella, sin dejar de mirarte ni un momento, cambia la expresión en su rostro. Ahora está como esperando que le hables. Tú piensas en decirle que te agrada verla pero no lo haces. Eso puede no gustarle mucho, y en el fondo no quieres ofenderla. Le ofreces vino y ella acepta. Después de un par de copas todo es diferente, hasta te atreves a contarle de tus últimas alegrías y casi ríen juntos. De pronto, en medio de la conversación, y sin que nadie se de cuenta, ha empezado a llover.

     Le ofreces otra copa de vino y ella la rechaza alegando que no piensa excederse con el licor, y concluye diciendo “no vaya a ser que terminemos amaneciendo juntos”. Sin embargo, tú sigues tomando mientras la lluvia arrecia, y con una botella de vino que está cada vez más vacía, la conversación se va haciendo más incoherente, y ella se va haciendo más guapa. No estás seguro si es por causa del alcohol, pero en ese momento jurarías que nunca te ha gustado tanto tu tristeza. Así que, absolutamente ebrio, te llenas de valor y le pides que se quede, mientras ella te quita la ropa y te ayuda a acostarte. Ella te regala como respuesta una de esas sonrisas que se dan los amantes cuando quieren decir que tal vez mañana. Luego te hace un guiño, se despide como si no fuera a volver nunca, y se marcha bajo la lluvia. Es extraño, pero a veces aunque llueva nos deja la tristeza.



Un texto por Gabriel Campos

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Personas favoritas


Al otro lado del Reloj

     ¡El reloj suena y lo atiendo, al otro lado de la llamada hay alguien que sí esta despierto. Estoy yo, anoche, antes de dormirme. A través del reloj me maldigo por haber cometido la idiotez de intentar despertarme tan temprano. ¡Qué me habré creído?!  ¡Acaso pienso que soy el dueño de mi vida futura?!  Acaso pienso que mañana no tendré derecho a mandarme al diablo y seguir durmiendo?

!Oye tú, al otro lado del reloj! escucha esto: ¡¡Me paro cuando me da la gana!! Ningún borracho que llega a las tres de la mañana puede obligarme a pararme a las seis. Me importa lo mismo que un millón de lombrices, lo que tú tengas que hacer hoy.  ¡Y  te agradezco que me prestes atención cuando te estoy hablando!


El que estaba al otro lado me ha dejado hablando solo y se ha dormido. Parece que no me presta la más mínima atención. De este lado, me decido a colgar el reloj. Colérico me maldigo de nuevo y, cargado aun de sueño, pongo mi primer pie fuera de la cama, mientras me repito, como cada mañana, que estoy demasiado enojado para seguir durmiendo.


Un texto por Gabriel Campos

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Serenidad


Gemir de noche


No deberian existir

Es verdad que existen esos días que no deberían existir. Días que llegan como todos. Entran por la ventana de tu cuarto y pasan desapercibidos. Empiezan siendo casi como cualquier otro día. Se paran de la cama, se lavan los dientes, desayunan y hasta leen el diario, como días normales.  

Sin embargo, no pasa demasiado tiempo antes de que esos días empiecen a revelarse. Tal vez de manera brusca o tal vez no, pero se hacen notar. Comenzarán pisándote un pié o algo. Luego esconderán tu corbata preferida o quizá descompondrán tu auto. Pero no se detendrán allí. Tú sabes hasta donde llegan esos días de los que te hablo. Esos días van a golpearte bajo, justo donde no esta permitido golpear. No tienen escrúpulos. Van a golpearte vez tras vez y precisamente donde vean que te duele, es donde van a golpearte de nuevo. Lo harán hasta tenerte de rodillas, tan vencido, que ni siquiera suplicaras que te dejen en paz. Por el contrarío abrirás los brazos y los ojos, y por ellos sabremos del recibimiento que merece tu impotencia. Esos días van a estafarte. Van a comprarte todo lo que tienes y te pagarán con billetes de falsa esperanza. Y no hará falta más que un día de esos para que logres conocerle hasta los lunares a la soledad. Pero no la del hombre, que esa no les basta. Van a hacerte conocer la soledad de ellos, que no tienen anocheceres que los quieran, ni amaneceres que no les teman. 

Te hablo de esos días que saben que no deberían existir. Esos que se odian tanto a sí mismos que casi se revientan, contigo adentro. Y ay de ti que no eres día, ni noche, ni amanecer, sino hombre. Ay de ti que tienes madre o esposa o hijos, porque el día también los golpeará. Ay de ti que ese día querrás dormirte antes, y ya en la cama te acordarás de mí y me preguntarás si por casualidad mañana él seguirá allí. Y yo que te responderé con la verdad de lo que he vivido: al día siguiente, te levantarás temeroso de tus pies, pero esta vez el día tendrá cuidado de no pisarlos. Irás a vestirte y tu corbata de la suerte estará frente a ti. Te la pondrás rápidamente. El mecánico llegará temprano. El auto sólo tenía un cable suelto y encenderá maravillosamente. Luego, ya con menos miedo, te atreverás a volver el rostro para verlo. Allí estará el día, mirándote con su sonrisa inexplicable, hablándote al oído, casi como aupándote a empezar de nuevo. Tú le devolverás la sonrisa sin saber si le sonríes a él o sólo lo haces de felicidad, al darte cuenta de que es otro. Cerrarás tus ojos y sentirás un gran alivio. Pensarás un poco en aquel día que pasó y te provocará escupirlo y gritarle ¡Sobreviví!. Pero no lo harás porque desde el fondo de tu estomago sabes que tal vez mañana o pasado otro vendrá, y un tiempo después tal vez otro, hasta que finalmente llegué el invencible. Es verdad, existen esos días que no deberían existir.


Un texto por Gabriel Campos

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Son ganas de verte sin volverte a ver


Lo merezco

Supongo,
que hay mañanas que lloran aunque haga mucho sol
que a veces las tardes se hacen las sordas y pasan sin mirar
supongo que es normal que las noches se oculten en su oscuridad.

Supongo,
que siempre hay algo de injusticia en el azar
que realmente estás más hermosa, culpa de dios y su infinita maldad
y más lejos de mi alcance, culpa del camino y su otra mitad.

Supongo,
que por mucho que uno grite, a otro no le dan ganas de gritar
que seguirás muda hasta que ya no puedas más 
y yo seguiré buscando esa palabra que te logre quebrar.

Supongo,
Que a veces se juega, pero no se quiere jugar
que sueñas conmigo, más luego despiertas y te vas

supongo que es así, que me lo merezco, es verdad.

                                                       Un tal Gabriel


Un texto por Gabriel Campos
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Mientras Dormias


Jurao!


jueves, 14 de enero de 2016

Geografia

Una carretera muy larga que da a otra carretera se pregunta ¿a dónde llegará esta carretera?  y esta nueva carretera, que da a otra más larga aun, se pregunta ¿a dónde llegará? así hasta que alguna se acaba a orillas del mar, y se pregunta ¿la primera carretera, de donde vendrá? Mientras allí, al final de las carreteras, un grano de arena se pregunta ¿cuántos granos de arena habrá sobre él? y el grano de arena que lo pisa se pregunta ¿cuántos habrá sobre él? y el que pisa a este se pregunta lo mismo, así hasta el último grano, el que está en la superficie, que se pregunta ¿cuántos habrá debajo? Y de pronto una ola. Una ola que deja a los de abajo arriba y a los de arriba aturdidos. Una ola, que es perseguida por otra ola, que a su vez es perseguida por olas que persiguen y son perseguidas por olas, que no saben ¿cuántas vienen detrás?  Después de la última ola viene el viento. El viento que viene cuando debería ir, pues a pesar de que es muy bueno multiplicando olas, nunca ha entendido nada de geografía. Más allá del viento y frente a la primera carretera, sigues estando tú.  Entre un punto y el otro solo tu recuerdo, y quien sabe cuántos de mis pasos.


                                                                                                     Un tal Gabriel

Enamorarse En Invierno


#QueCulpaTengoYo


#YPorQueNo

¿Y por que no?

Una noche bien podría ser otra ¿y por qué no?
al fin y al cabo, con tanta oscuridad ¿quién puede verlas bien?
Tal vez esa noche que ves hoy efectivamente la has visto antes,
pues es la noche sustituta de las noches:
la que llega cuando alguna otra se queda dormida o algo.

Una noche bien podría ser varias noches ¿y por que no?
Al fin y al cabo, con tanta oscuridad ¿quién puede contarlas?
¿Quién dice que una noche siempre viene sola?
Puede que a veces un grupo de noches
se reúna frente a nosotros y no nos demos cuenta.

Una noche bien podría no haber noche ¿y por que no?

al fin y al cabo, con tanta oscuridad ¿Quien se va a enterar?

                                                               -Un tal Gabriel

Un texto por Gabriel Campos

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#SinMaletasNiNa